domingo, 3 de enero de 2016

ENTRE LA ANGUSTIA Y LA ESPERANZA






 11. Entre la angustia y la esperanza
Gerardo Barbera 


La racionalidad íntima no reduce su tarea a la creación de un sistema lógico de pensamiento. La racionalidad consiste en lucha por el sentido, que se manifiesta como esperanza. El día en que una computadora tenga esperanza, tendrá vida humana.
La esperanza es el rostro positivo de la angustia, no existe esperanza sin angustia. De la misma forma que la vida está acompañada de la muerte. La racionalidad íntima vive una esperanza abonada en la angustia. De ahí la negación radical de cualquier tipo de objetividad.
La racionalidad íntima es el fundamento de la libertad. La conciencia crea desde sí el sentido de la existencia, con la esperanza de la inmortalidad. La capacidad de creación hace referencia a la capacidad de optar, que es anterior al acto de optar y de crear. La libertad es la consecuencia inmediata de una conciencia esencialmente íntima e intencionada, que se hace creación constante de sí misma en la dialéctica de vida y muerte.
La libertad es íntima en la conciencia, y puede nacer y morir en la intimidad, sin luchar y sin poder dejar de ser. La libertad puede morir en vida. Esta es precisamente, la consecuencia más inhumana de la marginalidad: hombres muertos en vida, dentro de su propio caparazón.
La libertad no es la conclusión de un razonamiento lógico, tampoco nace de las oportunidades objetivas que ofrece la realidad. La libertad es fruto de la agonía íntima de la racionalidad dialéctica entre la angustia y la esperanza.
 La libertad se manifiesta como la negación de la objetividad, es vida humana en pleno desarrollo cultural e histórico. Es un movimiento dialéctico, nuca fijo; eternamente movimiento que no llega a descansar en la esperanza, ni desaparece completamente en la angustia. “La esperanza es lo último que se pierde”, de tal manera que “La libertad es eterna”. Y solamente la muerte nos hace objetividad absoluta.
La angustia y la esperanza postulan la existencia de un yo particular y personal. La existencia de un “yo” íntimo, auténtico, innegable, racionalidad íntima creadora de su propia libertad,  que es original, inédita e irrepetible.
La persona sufre la dialéctica de la esperanza y la angustia al crear un mundo y un sentido con “datos” de una realidad que nunca ha mirado, por ser siempre extraña y estar fuera del alcance de la racionalidad íntima. La persona tiene que transitar por el mundo de sombras en el que se siente arrojado. De ahí, que ser persona es ser extranjero.
El tiempo de la esperanza es creación personal de una conciencia que sufre  en la intimidad su propia finitud en la esperanza de encontrar alguna vez el sentido de la libertad que le es esencial como fuente de la misma vida. El sujeto es el único que percibe la muerte como asecho constante y como desenlace del sentido de la existencia.
El hombre siente  que su existencia está encerrada en su propia intimidad. La soledad radical nunca es superada, debido a que no puede haber contacto directo entre la conciencia y la realidad externa, la cual solamente es conocida a través de los datos que llegan por medio de los sentidos, y que son percibidos en la intimidad de la conciencia, como quien está condenado a interpretar, a ser extranjeros que cargan con el peso de la finitud temporal y espacial.
El camino de las sombras produce terror y angustia existencial, que limita e inspira la creación y la libertad. Pero siempre el terror a la oscuridad está presente, aunque algunos “maestros espirituales” pretendan reducir la racionalidad íntima a la fe. La angustia de saberse mortales y extranjeros se puede soportar, pero no eliminar. De ser así todo sería objetivo. No habría espacio para la libertad; menos, para la fe.
La oscuridad produce terror. Al caminar tememos caer. Y al caminar sin caer, tememos el momento en que la caída se convierta en eterna, borrando cualquier sentido, convirtiendo la esencia de la conciencia íntima y personal en la más completa oscuridad y habitante de la realidad objetiva.
La esperanza surge como signo de la vida. Racionalizamos la muerte desde la vida. La felicidad es la sonrisa frente a la muerte. La sonrisa puede ser auténtica, más no convincente. Así es la esperanza, se vive, se hace proyecto, cultura, historia... pero no termina de convencer. La esperanza no es objetiva, pero es real en la conciencia íntima como impulsora del sentido de la existencia, de un sentido que puede ser enajenación pura, la máxima expresión del absurdo existencial.
   La vida del hombre se hace existencial en cuanto a su imposibilidad de mirar hacia fuera. No podemos mirar hacia fuera. El hombre desconoce el dato exterior en sí tal cual como es sin la conciencia.
 La creencia y la convicción de que el hombre es capaz de conocer la realidad tal cual como es en sí misma resulta de lo cotidiano. La experiencia diaria indica que lo natural es la capacidad de alcanzar el conocimiento directo y objetivo de la realidad. Lo absurdo sería negar la capacidad natural de conocimiento objetivo y directo de la realidad, hasta el punto de afirmar que es imposible mirar hacia fuera.
El sentido común ha convertido la oscuridad en luz, la muerte en vida, la intimidad en objetividad, la creatividad de la conciencia intima, en desarrollo de posibilidades objetivas. Recordemos que según el sentido común “el sol sale y el sol se mete” y “la Tierra no se mueve”. Y que según el decir de la gente “se ama con el corazón”.


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